Se te ha dicho:
Rodéate de triunfadores.
Para que tu vida sea un éxito
sírvete de todos. Retén en tu memoria
el nombre del rico,
y apunta el teléfono
del rostro femenino
que sonríe en el concurso.
Tapiza las paredes de tu casa
con firmas de pintores
de prestigio y de dinero.
Llena tu boca
con los nombres
que ocupan el escenario
de la gloria resbaladiza.
Hazte vecino, compadre,
de su club y su partido.
Que todas estas famas
te presten su prestigio.
Pero La Palabra dice:
Sienta a tu mesa
a los que no pueden
invitarte a su casa
arrastrada por el río,
y presta sin arrugar la cara
al que no puede devolverte
tu dinero el día de pago
porque las horas extras
se perdieron en la
computadora
de la zona franca.
Habrán encontrado en ti
la respuesta de Dios
a su angustia cotidiana.
Y tú sentirás atravesar
algo de Dios pasando
por el centro de ti mismo
para llegar hasta el hermano.
Al romper con este gesto
de gratuita cercanía
las leyes y cátedras
de la inversión
bien calculada,
un manantial de eternidad
te llegará entre tus piedras,
y hará de ti un servidor de
todos,
lleno de gracia y de sabor.
De: Benjamín González Buelta, sj
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